Hoy hace cuarenta y tres días, que el desventurado Antonio Falco Medina, cometió el horrible delito de asesinar a Antonio Medina, en Carnecerias, sin que nada pudiese no ya justificar, pero ni atenuar el atentado. Preso á los pocos momentos de cometido el crimen, y juzgado con una actividad saludable, se pidió contra él la pena de muerte, que la audiencia del territorio confirmo en 28 del mes de Septiembre, ordenando que fuese en garrote vil. El día 2 del presente llegó á esta ciudad el verdugo, y el 3 á las once de la mañana entró en capilla el sentenciado.
Antes precedió la imponente ceremonia de notrificar al reo su condena. Salió de su calabozo con grillos, y sentado en un banco, oyó, sin que al parecer se inmutase, la sentencia que lo condenaba á muerte. Pasado un momento, preguntó: “¿No se puede rechazar eso arriba?” Quería decir si no podría apelar. Contestósele que no; y añadió: “Buena cosa han hecho conmigo”. Llevósele en seguida á la capilla en brazos de un mozo de la cárcel, y se recostó en la cama que se le tenía preparada.
Al punto se le aprocsimaron dos sacerdotes, más el que no quiso todavía oír sus palabras de consuelo. Indiferente, por entonces, á la muerte que le estaba reservada, falto de toda noción de religión, y queriendo ostentar, sin duda, un valor mentido, una serenidad facticia, llevado de la falsa idea de que se le tuviese por hombre de corazón, haciéndolo depender de la falta de sensibilidad, de conformidad y resignación cristiana, fruto todo de una educación abandonada, ó por mejor decir de la ninguna educación que había recibido, queriendo hacer alarde de un repugnante desprecio de la vida, lejos de empezar á preparase para el terrible tránsito de la vida á la muerte, de la muerte á la eternidad, solamente pensó en cosas materiales y grosearas. Pidió cigarros puros y bizcochos; y en seguida dijo que quería almorzar, y que le acompañara á este acto su compañero de prisión Francisco García Alemán (a) Serenito. Cumplido su deseo y juntos los dos amigos, el Alemán empozó á consolarle. – Esto no es nada; le contestó el reo: ahora solo debemos pensar en dispone un almuerzo; pero no un almuerzo de tres al cuarto. Que no vayas á pedir lenguas de pajaritos, añadió riéndose. Que traigan un pollo relleno y salchichón, y de esos cajetes ó cujetes, ó como se llamen. – Uno de los circunstantes dijo si lo que quería decir eran cubiletes. – Eso es, contestó el sentenciado.
Interin se trataba de satisfacerle, emprendió una animada conversación con varios de los presentes, y particularmente con su amigo Serenito, soltando pullas y diciendo dicharachos, riyéndose de su estado, y hasta pretendiendo cantar unas cañas. Entre las
Diferentes cosas que se le ocurrieron, que mas bien que á compasión hacia él promovían en los presentes sentimientos… fue el decir, que si él hubiese tenido un gaban y un roba pasas (aludiendo a un sobrero) no le quitarían la vida. Frase que revela la idea que tenía de la justicia, como de todas las cosas mas altas y respetables.
Habiéndole traído el pollo, se lo trinchó uno de los dos eclesiásticos que iban á asistirlo, y Falco empezó a comerlo lo propio que si hubiese hallado en libertad. Encontrándose la asadura del ave, dijo á su compañero: ¿serán así las tuyas? Después dirigiéndose al sacerdote le dijo: “siento mucho haber principiado á comer sin que haya V. metido mano primero. – Contestóle el sacerdote, á lo que le replicó el reo: – Si señor lo siento, porque yo soy político, y me gustan las cosas en razón.
Concluido el desayuno, retirado el Alemán, quedó solo el reo con los ministros del Señor, quienes recordándole su crimen, empezaron á hacerle conocer los deberes que la Religión le imponía para obtener el perdón de Dios, único cuyos brazos están siempre abiertos para recibir el pecador arrepentido. Oyó el reo en silencio estos cristianos razonamiento; pero sin que, al parecer le conmoviesen mucho. Acaso nada le recordarían de su infancia; ó una juventud abandonada habría borrado del todo de su mente esos saludables y sublimes principios de Religión, que es el freno más poderoso para reprimir el ímpetu de las malas pasiones; así como el mejor guía para dirigir el corazón por la senda de la virtud.
La tarde la pasó en la misma disposición, y á las seis comió perfectamente, y con mucho apetito. Más ya era hora que aquel infeliz comprendiese que tenía algo ma´s que un cuerpo, y que después de la vida materia perecedera había otra eterna llena de goces celestiales ó de tormentos incalculables. Los celosos eclesiásticos que eran el señor don Francisco Sevilla, teniente cura de la parroquia de los Stos. Mártires, y el señor don Antonio Fajardo, que perteneció á la congregación de Padres del oratorio de S. Felipe Neri, se encargaron de tan delicada y cristiana misión, y desde las seis de la tarde hasta las tres de la madrugada le estuvieron explicando los fundamentos y misterios de nuestra santa religión. El hasta aquel momento desgraciado Flaco, había carecido hasta del conocimiento de Dios; no había oído una misa, y solo recordaba haber entrado una ó dos veces en el Templo!! Pero las palabras de aquellos salvadores de su alma, presentaron á su visita horizontes infinitos de gracia y de salvación. Falco tenía un alma: había estado dormida pro largos años, más iba volviendo de su mortal letargo al dulce eco de las eternas verdades.
En algunos intervalos hablaba de cosas indiferente, y hasta dijo algunos asertajones. Uno de ellos fue preguntar al sacerdote, que era lo que estaba mas alto que Dios; queriendo aludir á la corona de espinas. Comulgó con devoción: después almorzó un par de huevos fritos con jamón, una jícara de chocolate, un poco de majon dulce; una granada y dos pastillas de licor.
Recomendó al sacerdote que influyese para que se diese parte de la limosna que se recogiese a su anciano padre, hacia el cual manifestó mucho respeto, disculpándolo de que no hubiese cuidado mas de él por su posición miserable. Al hablársele de que iría al cadalso subido en una caballería, según previene el código penal, manifestó grande repugnancia; con todo cedió a los consejos eclesiásticos, y subió en la bestia que se le tenia preparada, de la que lo bajaron a la mitad del tránsito por haberlo pedido en virtud de que se mareaba.
Siguió al pie hasta el cadalso, caminando con paso seguro, y prestando atento oído á las exhortaciones de los ministros de un Dios de paz y de caridad. Subió al fatal tablado con ligereza, y allí estuvo largo rato reconciliándose: en seguida con voz clara e inteligible, dijo, dirigiéndose al inmenso pueblo allí reunido:
-Perdonadme porque no supe lo que me hice y rezad una salve por mi alma á Ntra. Sra. De los Desamparados, y otra á la Virgen del Cármen. Sentóse en el fatal banquillo, y el verdugo comenzó a egercer su horrible ministerio.
Ya con el tornillo al cuello, sintiendo la presión del mismo, y creyendo que iba á espirar, esclamó: No, todavía no. Dejad que reze el Credo. Yo quiero rezar el Credo. Rezólo, en efecto, y en medio de su fervorosa oración el verdugo puso fin a su desgraciada vida.
La vindicta pública quedó satisfecha, y el pueblo lamentando el fatal momento de estravio de aquel infeliz; haciendo saludables reflecsiones hacerca de lo perjudicial que es á la criatura el vivir abandonada á sí misma: y pidiendo al Ser Eterno recibiese en su Sta. Gloria el alma arrepentida del desventurado Antonio Falco Medina.